miércoles, 18 de agosto de 2010

Los Diez Mandamientos De La Ley de Dios.

Análisis

Los diez mandamientos son diez recetas que Dios le ha dado a la humanidad para su bien, para la verdadera felicidad, aquí abajo, y sobre todo diez recetas para conseguir la felicidad allá arriba.

Aspirar la felicidad comienza con el cumplimiento de los diez mandamientos. Querer salvarse, es decir, salvar el cuerpo y el alma se debe vivir los diez mandamientos, con mucho amor, constancia y entrega. Los mandamientos, son camino seguro de salvación eterna, es la realidad más hermosa que existe, el puente entre Dios y el hombre. Nadie quiere perderse. Todos quieren salvarse, no sólo aquí abajo, sino después de nuestra muerte.

Los mandamientos son semáforos que en el camino hacia Dios te marcan lo que debes hacer y lo que debes evitar; te señalan la luz verde, la luz roja y la luz ámbar. Para todos es bien sabido lo que pasa cuando no se respetan las señales de tránsito: accidentes mortales, caos, llanto y muerte. Pero si respetas las señales, llegarás a tu destino, sano y salvo.

 
Hoy más que nunca es oportuno, necesario y urgente hablar y escribir sobre los diez mandamientos de la ley de Dios. Si no, ¿quién va a parar la ola de relativismo, escepticismo, agnosticismo ante las cosas de Dios? ¿Quién va a parar la ola de corrupción, degeneración, mentiras, fraudes, deshonestidades, libertinaje, desenfreno, descaro pornográfico? olas que pretenden ahogarnos en un mundo cada vez más aislado de la protección de Dios.

 
Hoy debe volver a resonar fuerte la voz de Dios que dice: “No tendrás otros dioses que yo”. Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, toda tu alma y todas tus fuerzas y a Él sólo servirás. El segundo mandamiento nos habla que no se debe tomar el Nombre de Dios en vano, el tercero está referido a la santificación de las fiestas, en el cuarto Dios nos habla sobre lo que debemos a nuestros padres, el quinto está referido al respeto por la vida, el sexto orientan sobre los actos que condenan el alma, el séptimo sobre el respeto a la propiedad privada, el no tomar a nadie lo que le pertenece, el octavo sobre el valor de la verdad, el noveno expresa lo siguiente: No desearás la mujer o el varón que no te pertenece. El décimo guarda relación con el séptimo al expresar lo siguiente: No codiciarás los bienes ajenos, pero al final todo se resume a lo que Dios nos implora para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismo.

Primero-.

Amarás a Dios sobre todas las cosas

 
Está escrito en el corazón del hombre desde siempre. Dios puso esta necesidad en el hombre al crearlo a su imagen y semejanza y sabe que Él es la única respuesta. Por eso le da un mandato al hombre: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, no porque Dios necesite ser amado, sino porque el hombre necesita amar a Dios.

 
También este primer mandamiento abarca el culto, u homenaje interno o externo de respeto y amor que tributas a Dios, a los ángeles, a la Virgen, a los santos y a los beatos, a través de la oración o la devoción. A Dios le damos el culto de adoración, pues sólo Él es Dios, Creador y Señor de todo. A María, el culto de especial veneración, por ser la Madre de Dios y reconociendo su especial protección como Madre Santísima, pues te alcanza de Dios las gracias que más necesitas. Y a los santos, el culto de veneración, por todas las grandes cosas que Dios ha hecho en ellos y a través de ellos.

 
Segundo-.

No tomarás el nombre de Dios en vano

En el Padrenuestro, la primera petición que hacemos a Dios es “Santificado sea tu nombre”.

El nombre de Dios es, en primer lugar, admirable porque obra maravillas en todas las criaturas, en segundo lugar, el nombre de Dios es amable. Bajo el cielo, dice san Pedro, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos y en tercer lugar, el nombre de Dios es venerable. Afirma el apóstol que “al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno.

“Dios es celoso de su nombre”, Muchas veces es usado vana y torpemente.

Lo usamos sin caer siquiera en la cuenta de que le estamos poniendo por testigo. Por superficialidad a veces dices: “Si Dios quiere, Dios mediante, válgame Dios, Dios te ampare, a la buena de Dios”. Y ni siquiera te das cuenta de que le estás citando y poniendo por testigo. Si lo dices con respeto y con cariño, no hay problema. Es más, demostrarías que Dios es para ti alguien siempre presente en tu vida, en tu pensar y hablar. Pero cuídate de nombrar el nombre de Dios de manera superficial y distraída.

El juramento es otra manera de honrar el nombre de Dios, ya que es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que se dice o de la sinceridad de lo que se promete. El juramento bien hecho no sólo es lícito, sino honroso a Dios, porque al hacerlo declaramos implícitamente que es infinitamente sabio, todopoderoso y justo. Jurar con verdad, es afirmar sólo lo que es verdad y prometer sólo lo que se tiene intención de cumplir. Siempre hay grave irreverencia en poner a Dios como testigo de una mentira. En esto precisamente consiste el perjurio, que es pecado gravísimo que acarrea el castigo de Dios.

Tercero-.

Santificarás las fiestas

Con este mandamiento queda bien claro que en nuestra religión cristiana y católica no es triste ni aburrida, sino alegre, pues la fiesta está en el centro de la vida cristiana... El domingo es un regalo especial de Dios para toda familia y para toda la humanidad. Es un día para dedicarlo a Dios, a nuestra familia, a nuestro descanso personal y para hacer algo por los demás, pero toda la semana se tiene que vivir en presencia de Dios, y con alegría. El cristiano no es sólo dominguero. El cristiano vive su fe y su alegría en Cristo todas las horas, todos los días de la semana; y no sólo el domingo.

Citando palabras del Papa Benedicto XVI cuando expresa que la participación en la misa dominical no tiene que ser experimentada por el cristiano como una imposición o un peso, sino como una necesidad y una alegría. Reunirse con los hermanos, escuchar la Palabra de Dios, alimentarse de Cristo, es una experiencia que da sentido a la vida, que infunde paz en el corazón.

Cuarto-.

Horrarás a tu padre y a tu madre

Este, mandamiento obliga no sólo a los hijos con los padres, sino también a los padres con los hijos. Es más, también a los alumnos con respecto a sus maestros y profesores, y a éstos respecto a sus alumnos; al obrero y al patrono, a los súbditos y a los superiores.

La familia debe ser el rostro de Dios, el rostro viviente de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una gran maravilla que Dios te regaló. Por eso, atacar y destruir la familia es hacer añicos la imagen de Dios en la tierra.

En este cuarto mandamiento, Dios quiere que honres a tus padres. El verbo honrar es un verbo amplísimo que implica respetar, obedecer, admirar, agradecer, querer, ayudar.

Tus padres te han dado todo, no sólo la herencia genética o tu ADN, sino también recibiste los cuidados maternos, la alimentación, el vestido, la educación, la fe.

También este mandamiento te pide que respetes la autoridad de tus padres y de quienes ejercen algún mando en tu vida. Al confiar Dios a los padres la vida y la educación del hijo los ha dotado de autoridad para tal fin.

Quinto-.

No matarás

El precepto moral del “no matarás” tiene un sentido negativo inmediato: indica el límite, que nunca puede ser transgredido por nadie, dado el carácter inviolable del derecho a la vida, bien primero de toda persona. Pero tiene también un sentido positivo implícito: expresa la actitud de verdadero respeto a la vida, ayudando a promoverla y haciendo que progrese por el camino de aquel amor que la acoge y debe acompañarla.

Jesucristo vino a destruir la muerte y a traer vida y a traerla en abundancia, nos dice san Juan en su evangelio. Y la vida que nos trajo Jesús es la vida eterna. Ante todo esto, tú debes proclamar y defender la dignidad de la vida humana. La dignidad del hombre es un valor absoluto y la vida humana, un valor en sí misma que siempre ha de ser defendida, protegida y potenciada, independientemente de lo que diga la mayoría o los medios de comunicación o tu propia sensibilidad sobre el aborto, las guerras, penas de muerte, autanacia, entre otras aberraciones que atentan contra la vida.

Sexto-.

No cometerás actos impuros

El sexto mandamiento de la Ley de Dios nos prohíbe todos los pecados contrarios a la castidad; entre los más graves están la masturbación, la fornicación, la pornografía, las prácticas homosexuales y el adulterio. El sexto mandamiento prohíbe también toda acción, mirada o conversación contrarias a la castidad.

Hoy se van perdiendo los valores relacionados con el sexo, disminuye el valor y la estima del matrimonio, pierden estabilidad las uniones entre parejas; nos quieren ahora imponer un tipo de matrimonio distinto al que Dios quiso y al que Cristo bendijo allá en Caná y llenó a esa pareja de alegría y de abundante y sabroso vino. Algunos Estados quieren legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Decrece espectacularmente la natalidad.

Las impurezas de pensamiento, palabras, miradas y acciones. Todo esto se da en ti, lo quieres tú, lo provocas tú, lo buscas tú, lo cultivas tú, Pero si tuvieras el corazón limpio, no harías caso a toda esta basura que no te ayuda para nada; al contrario, te ensucia. Ten pensamientos nobles y limpios. Respira aire puro. Mira las alturas de las montañas nevadas y hermosas. Mira los hermosos amaneceres o atardeceres, los ríos y mares, los bosques y paisajes puros rejuvenecedores del alma.

Séptimo-.

No robarás

El fundamento de este mandamiento, ya que nos refleja la dignidad que nos identifica a todos los hombres como hijos de Dios, creados a su imagen. Dios puso toda la creación (Creced y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla”, Génesis 1, 28) para administrarla, sin que nadie tenga mayor derecho para ese dominio y uso sobre el resto de los hijos.

Este séptimo mandamiento te prohíbe el acto exterior de apropiarte de la propiedad ajena y al mismo tiempo, este mandamiento encauza el principio de la propiedad privada. Y prescribe el respeto y la promoción de la dignidad de la persona humana en materia de bienes materiales y económicos. Además este mandamiento exige estas virtudes: la justicia, la caridad y la templanza.

Octavo-.

No dirás falso testimonio ni mentirás

El octavo mandamiento nos prohíbe atestiguar en falso; prohíbe además la detracción o murmuración, la calumnia, la adulación, el juicio y sospecha temeraria y toda suerte de mentiras. La hipocresía es también una especie de mentira que consiste en tomar sólo las apariencias de la virtud para atraerse la estimación de los hombres. Los chismes y rencillas, que los teólogos llaman «susurratio», consisten en repetir algunas palabras desfavorables que un tercero ha proferido contra él. Este abominable procedimiento da por resultado sembrar la discordia donde reina la paz, turbando las buenas relaciones de las familias y de los particulares. Es un pecado más grave que la detracción. Al que ha pecado contra el octavo mandamiento no le basta la confesión, sino que tiene obligación de retractarse de cuanto dijo calumniando al prójimo, y de reparar, del modo que pueda, los daños que le ha causado.

En cuanto, a la injuria es la que se hace al prójimo en su presencia, con palabras o con acciones ofensivas; esto es, un desprecio y una afrenta que tienden a mancillar su honor. Inclúyase en este pecado las palabras duras, los reproches, las calificaciones y las burlas provocativas.

Noveno-.

No consentirás pensamientos ni deseos impuros

 
Este mandamiento nos ayuda a liberar el corazón de esos deseos impuros, que tanto manchan el alma. Trata de salvaguardar la virtud de la castidad en su propia raíz, en el corazón de la persona humana.

En la propia conciencia y por consiguiente, ante Dios, tú eres ya lo que deliberadamente deseas. De ahí la importancia de una verdadera higiene en pensamientos, imaginaciones, complacencias y deseos de la concupiscencia y, por tanto, el autodominio educativo mediante el pudor y las circunstancias externas: miradas, curiosidades innecesarias, lecturas, espectáculos, ambientes, conversaciones, etc., que generan inevitablemente los procesos interiores, desencadenándolos con una fuerza creciente que, por eso, parece incontrolable.

La importancia en el orden moral es la verdadera pureza del corazón, no la mera observancia exterior, que puede ser una simulación. A Dios le agradan las manos inocentes y el corazón puro, como dice el Salmo 23.

Nuestra moral cristiana no es una moral hipócrita, que se fija sólo en lo externo; al contrario, exige una congruencia entre el acto interno de la voluntad y la acción externa.

Es claro que para que haya pecado en este mandamiento, como en cualquier otro, es necesario desear o recrearse voluntariamente en lo que está prohibido hacer. Quien tiene malos pensamientos, imaginaciones o deseos contra su voluntad, no peca. Sentir no es consentir. El sentir no depende muchas veces de nosotros; el consentir, siempre. El pecado está en el consentir, no en el sentir.

Décimo-.

No codiciarás los bienes ajenos

El décimo mandamiento en es una extensión o complemento del noveno, que versa sobre la concupiscencia de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos por el séptimo mandamiento.

El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otra persona.

No se debe tratar de obtener con astucia la herencia o la casa de nuestro prójimo. La casa del prójimo aquí se nos explica que es como una herencia, así como también todo lo que haya poseído. Estas cosas no se deben obtener, es decir, tratar de adueñarnos de ellas. Muchas personas tratan de obtener las posesiones de su prójimo con astucia, utilizando toda manera de trucos. Esta astucia comúnmente se manifiesta al tratar de obtener algo alegando un derecho ficticio, es decir, hacerlo parecer como si tuviera derecho a las posesiones del prójimo. Tampoco se debe hacer con alguna otra posesión, como esposa, siervo, criada, buey o todo lo que sea suyo. No debemos sonsacar la mujer del prójimo, ni su criado, ni sus animales, es decir, tratar de apartar mediante la persuasión y astuta seducción alejarlos de él, mucho menos quitárselos por la fuerza o cualquier procedimiento coercitivo.

Por otra parte, también se nos prohíbe los malos deseos del corazón. La Escritura frecuentemente utiliza otra expresión para la codicia, el deseo. La codicia y el mal deseo son la misma cosa. Dios aquí prohíbe la codicia o el mal deseo. Él ve el corazón. Nos enseña aquí a reconocer debidamente cómo es por naturaleza la condición de nuestro corazón. Codiciamos y tratamos de obtener los bienes del prójimo para satisfacer nuestra avaricia y egoísmo.

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